La rueda que molía el agua.
“Ahora que el otoño va moliendo el
tiempo”.
Hay como un sueño de paz y de recuerdos
en aquel lugar.
Junto al arroyo San Francisco que allí traza
su arco rodeando la colina donde quedan las ruinas del “Molino
Quemado”.
Allí el hombre supo domar el agua potente,
con el freno de piedra y por el camino de !a utilidad.
Aquel lugar y el nombre aquél quedó
con signo de fuego marcado en e! habla popular. Por ese accidente,
común en los molinos de aquella época, el sitio olvidó
el nombre del bello arroyo en el que se recuesta. Y pasó
a llamarse, con ese signo admirativo que encuadran el nombre y el
epíteto: Molino Quemado! .
Y así el fuego superó al agua, el
tizón brilló más qué el sol y la ebullición
del trabajo cesó de golpe, hecha cenizas y silencio.
Era un bello lugar y sigue siendo magnífico
paisaje. Ahora con ese tinte de paz y sosiego que pone el otoño,
aunque no sea otoño. La diferencia radica en el silencio.
Todo un mundo de carretas
De aquella época, cargadas de granos, mansedumbre
de bueyes y azuzar de silbidos y vocerío. Pausa y empuje
hacia el Molino Perosio. Carretas con mulas empecinadas
en subir la cuesta, y la flor de los labios carreteros en vidalitas
mañaneras. Alguna caravana de carretas que llegaba cargada
de trigo por el camino que venía de Esperanza. (Lindo nombre
el de esa población, para un trabajo con raíces de
tierra y aspiraciones de sueños!) Así, en grandes
carretas pértigos quejumbrosos se transportaba la materia
prima para la harina molida en aquel molino.
Junto al arroyo y en el remanso de la colina. Estratégicamente
ubicado, porque era un corazón de trabajo. Conocido por su
trabajo y calidad en todo el norte del Río Negro y sus adyacentes.
Y allí junto al abrazo del agua de San Francisco,
que hoy contemplo silencioso, los aguardaba la ancha sonrisa de
don Juan Perosio. Sonrisa gustosa como la harina y buena como el
pan. El había sido el iniciador de todo este magnífico
trabajo de la rueda que molía el agua para que creciera la
harina en flor.
La fuerza hidráulica
Aquel Molino del Sacra, San Miguel, del que hablaremos
en otra nota, fue el primer paso en el camino de la harina, que
trazó el visionario Juan (Giovanni) Perosio.
El segundo gran paso, la culminación de
su sueño, fue este Molino de San Francisco. En ambos molinos,
el pulso fue el agua. El músculo, la rueda y el empuje estaban
en el agua, venían de ella. Por eso aquellos molinos de harina
tenían corazón de agua dulce.
Buscando el agua y el lugar adecuado, don Juan
Perosio se estableció sobre el San Francisco a principios
de 1870. Aquel establecimiento fue bautizado con el nombre de Molino
de San Roque.
Para dominar el agua, construyó enormes
paredes de piedra. Después...el agua se abrió camino
otra vez y sobre la piedra crecieron plantas y recuerdos.
Se cuenta que don Juan buscó mucho el sitio
adecuado, antes de trasladar su molino de San Miguel o del Sacra,
a este nuevo establecimiento de San Francisco.
Buscó ante todo el agua. Para darle potencia
la frenó con un enorme muro de piedras. Para dominarla la
hizo recorrer una gran curva que él mismo cavó entre
el monte. Así logró el agua potente, pero en remanso
dominado.
Buscó, además, un lugar equidistante
de la ciudad y del campo. La industria debía estar en el
campo, cercano a los lugares donde se produce la materia prima.
Pero conectado a la gran ciudad por donde se canalizaba el mercado.
Un camino que fuera transitable para el acarreo en carretas, carretones
y vehículos más livianos.Un sitio alto, en fin, que
dominara el arroyo y la región circundante. Una loma de piedra
o de dura tosca que soportara la pesada maquinaria y el ir y venir
de vehículos, animales de tiro, construcciones y trabajos.
Y todo esto y aún más lo halló
en el arroyo San Francisco, a la altura donde construyó su
“Molino de San Roque”. Allí también halló
la belleza!
La belleza práctica, para poder trabajar
sin problemas viales. Donde el agua se recostara a la colina como
mimosa. Tan mimosamente que logró atraparla y traerla, como
con la caricia de la mano, para que hiciera andar la rueda del molino.
Y luego se desparramaba en fuerza motriz por las
venas de aquella maquinaria, con rumor de remanso y sabor a pan.
Pero también estaba el fuego!
El viejo oficio harinero
No importa mucho si el cereal fue antes que la
vid o el vino antes que el pan. Ambos alimentos vitales nacieron
del milagro de la necesidad humana que sublimó la gracia
del don de Dios.
Sí, desde el primer paso del hombre sobre
la tierra los cereales estuvieron en la puerta de su vida. En el
umbral de la vida de don Juan Perosio también estuvo desde
un primer momento, la fabricación de harina, alma del trigo.
Don Juan era experimentado harinero, de origen
itálico. Había aprendido la lección del molino
en el canturreo materno ribereño del Pó. Y en la dolida
y fructífera tarea de su padre, labrador de tierras esquivas
y molinero en el valle del río.
Trajo aquí su lección así
mamada y su cariño por el molino. Aquí a estas tierras
sanduceras donde tantos italianos trajeron tanto bien. Tierras que
eran entonces anchas y profundas, para el trabajo y para el sueño...
Tiempos en los que el hijo heredaba del padre labrador, un místico
interés por el trabajo... y un arado!
Con un arado
Con su reja melodiosa, porque la madera la sacó
de los montes cercanos, abrió sus primeros surcos. Sementeras
de esperanza fructificada en el rubio milagro del trigo.Trabajo
duro regado por el soleado sudor. Pero no sólo le permitió
supervivir sino sopar y proyectar. Y crear.
Pudo así don Juan, fructificar su sueño
molinero. Don Juan Perosio: especialista molinero. Maestro de molineros
futuros. Desde su laborioso sitial del “Molino de San Roque”.
Junto al San Francisco, donde, junto a él, se formaron otros
molineros. Es una historia que seguiremos desarrollando. Mientras
ahora contemplo esta quietud hermosa del “Molino Quemado”,
el alma de aquel antiguo molino, que lava sus recuerdos junto al
San Francisco.
Miguel Ángel Pías.
Los molinos quemados
De la misma “escuela de molineros”,
el primer molino que ya dijimos se llamaba del Sacra, o San Miguel,
salieron los grandes molineros sanduceros que cimentaron entre nosotros
esta importante industria. Allí se formaron como operarios,
entre otros, Juan Perosio, José
Molinari y Cesar Fraschini.
Ellos aprendieron en la experiencia acumulada en
tantos días de laborar el trigo y elaborar la harina. En
los primeros tiempos, tiempos tan duros como las piedras de sus
molinos. Tan duros y difíciles que casi todos los molinos
harineros terminaron quemados. Por varias razones que terminaban
en problemas insolubles. El uso del combustible madera-carbón
que presuponía el peligro del fuego abierto.
Luego, el posterior cambio al uso del vapor, las
construcciones en base a madera, la no disposición de elementos
cercanos para combatir el fuego... Así y todo, Perosio fundó
y trabajó intensamente en su molino de San Francisco, ya
daremos más detalles. Pero, digámoslo desde ya, su
molino terminó quemado. Y de ahí el nombre con que
lo bautizó el pueblo. Pero no fue el único que murió
del fuego. También en las calles Entre Ríos y Washington,
don Francisco Gutiérrez Zorrilla creó su molino, que
se llamó “Molino de Feo” y también “Molino
de Santa Carmen”. También terminó quemado.
José Molinari fundó otro molino en
las “afueras” de la ciudad, entonces: en la calle Treinta
y Tres Orientales y Río Negro. Molino que también
terminó quemado y que la gente bautizó con el nombre
de “Molino del Misterio”, por otras razones que explicaremos
en su momento.
Las ruinas de ambos molinos quedan hoy en nuestra
ciudad y han sido utilizados como comercios, viviendas, carpinterías
y hasta templos. Pero la gente no los llama con el mote de “molino
quemado”. Arde Perosio sí, se le ha bautizado por antonomasia
como: “El molino quemado”
Los primeros tiempos del Molino de San Francisco,
de don Juan Perosio, era de agua, hidráulico,
como hemos señalado. Aprovechaba la corriente del arroyo.
la desviaba, la amansaba, la subía y desde allí, domesticada,
la lanzaba sobre la rueda que ponía en movimiento ejes y
engranajes que realizaban la molienda.
En las ruinas del “Molino Quemado”
de hoy, todavía se pueden encontrar, indeleblemente marcados,
esos pasos que el hombre hacía recorrer al agua para fabricar
la harina.
Un alto dique de piedra interceptaba el paso del
arroyo. Tres contrafuertes y dos compuertas domesticaban el agua.
Esta era elevada hasta un alto canal, ya sobre las construcciones
de ladrillos y piedra del edificio, y desde allí, caía
sobre la rueda de palas. Esta era la encargada de hacer girar ejes
y maquinarias.
El agua “sobrante” era desviada luego
por otro canal más pequeño que iba a engrosar otra
vez el arroyo que continuaba cantando libre, por la pendiente. Y
además alegre, por haber contribuido por un espacio de tiempo,
a fabricar la materia prima nada menos que del pan del hombre.
En la primera exposición Agropecuaria realizada
en Paysandú en el verano de 1880, don Juan Perosio presentó algunos de los productos allí elaborados.
Y obtuvieron todos los primeros y segundos premios en él
ramo, medallas de oro y plata. Fue un premio a orden empresario
luchador y a sus operarios. Fue también un espaldarazo para
seguir progresando.
Animado por esas circunstancias, y porque era optimista,
Perosio amplió sus dependencias y proyectó actividades
nuevas. Lo más importante significó el .cambio de
maquinaria, de la primitiva y eficaz fuerza hidráulica a
la nueva a vapor. Lógicamente que dependía también
aquí del arroyo. Pero más indirectamente.
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